4 oct 2011

Placeres ocultos

Ella, tan pulcra cómo de costumbre, baja al callejón de enfrente. La gente casi siempre se le queda mirando, por sus curvas y por su forma de andar. Hay que destacar que siempre lleva ropas un poco provocativas, y tacones para relucir su figura modelada y llena de deliciosas curvas. Ésta vez alarga su paseo. Sabe de sobra que al gente le mira, así que da más rodeos. Con los labios de un rojo sangre, unos ojos azules, impactantes a la primera, aun que también su maquillaje influye bastante en su mirada de leona. Y ese pelo. Esa melena castaña, por más de media espalda, ese volumen. No es la típica vecinita de al lado, no no. Durante el paseo, pasa por una frutería, lo típico. Pero era distinto esta vez. Si pensáis que había un frutero cañón no es así. Un chico se fija en ella. Alto, con melena por los hombros, de un color más negro que la propia noche y con un ligero toque de ondulación. Con la barba de dos días, y esos ojos negros. Envolventes y voraces. Era el primer chico en mucho tiempo en el cual ella captaba su mirada y poderío. En plena caza, le llaman por teléfono, y se hace la interesante, por que sabe que él también la está mirando, y muy fijamente, además. Apaga el teléfono, y él le susurra al oído:
- Sé que quieres, así que te dejo mi número de teléfono en tu bolso, en una notita. O si quieres quedar, siempre me pasaré por esta frutería por estas horas.
Ella es de hacerlo todo en persona, así que al día siguiente fue a la frutería, y allí estaba él. Se acerca y le susurra:
- Esta noche, en esta dirección. Te estaré esperando con impaciencia. Así que no llegues muy tarde.
Él, con todo el sosiego del mundo, se guarda la dirección en el bolsillo, y le da un fuerte beso, de los de película, pues incluso mejor. Un beso pasional, con un ardiente deseo en sus adentros.
Se acerca la noche, y llaman al timbre. Es él. Con ropa de calle, camiseta y vaqueros, nada más. Pero, el pelo levemente recogido con una coleta, y sus ojos más negros que nunca. Ella, tan sutil, con un vestido negro que le realza su esbelta figura, unos tacones de infarto y su gran melena suelta. Con todo lujo de detalle, las velas rojas, la música envolvente. Claramente, esa noche promete, y mucho. Mientras cenaban, sus miradas volaban, y decían mucho sobre ellos. Unos extraños, con ganas, sin conocerse de nada. Tan sólo la pasión, el placer, y sobretodo, la curiosidad.
Sólo pensaban en una cosa. Sexo. Preliminares, el primer paso para caldear mucho más el ambiente. Empiezan por la ducha, desnudándose el uno al otro, mientras caía el agua helada, para pasar a caliente en pocos instantes. Sus cuerpos desnudos entran en aquel lugar. Mientras el agua caía por sus extremidades, los dos hacían lo demás. Besos, caricias, abrazos y pasiones. Sobretodo pasiones. Un momento placentero, para qué mentir. A la media hora salen de ahí, con los preliminares hechos, y bien hechos. Se dirigían a la habitación, despacio, mientras las caricias les hacían tropezar vez sí, vez también. Caen la la cama vorazmente , sin dejar respiración empiezan a hacer de las suyas. Él se pone encima de ella, mirándole a los ojos, seductores y llenos de fuego. Los dos empapados y con unas ganas salvajes, lo hacían todo mágico. Empapados, así da más juego, y lo supieron aprovechar. Gritos y movimientos. Fuertes, para acabar en suaves. Caricias y besos, levemente dados. Acción y placer. Esos eran los dos factores claves. Mordiscos, y lametones recorrían sus cuerpos. Posicionados de alguna que otra postura desgarrante y placentera. Y así estuvieron un largo tiempo, hasta que sus cuerpos desnudos dijeron basta. Abatidos por una noche realmente pasional. Y ahí siguen, abrazados, cómo si de una pareja tratara. Compartirán más noches de sexo salvaje, y de intensas noches. Llegó la mañana, y con el sonido de los pájaros se levantan. Tapados por la sábana, permanecen inmóviles, jugando otra vez. Nunca se cansarán del placer de sentirse vivos.

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