22 oct 2012

Escépticas dimensiones

La lúgubre habitación se abría ante su aura llena de ambrosía y placer. Una alma deseosa de arduas sombras que complacer se postraba en la cama, aquella fría y sobria cama.
Un alma que perteneció a una mente ninfómana y sin conciencia, placentera y deseosa; aún separándose del cuerpo tiene las mismas ganas de deseo carnal. Creía que maduraría, o simplemente, cambiaría su forma de ser, pero las sombras la buscan y ella no puede decir que no. Sigue sintiendo la misma debilidad que cuando era un cuerpo físico, ese punto flaco que hace decirle que sí, o no, dependiendo de las pasadas situaciones.
Siente esa obligación de satisfacer a los demás aunque ella no quiera, por el hecho de querer llegar a ser un alma mejor.
La lujuria le hizo ser un alma impregnada de sensaciones carnales, pero cuando hizo su transformación se arrepintió de ello, queriendo llegar a ser buena y piadosa para poder ascender del infierno al cielo.
Nunca se arrepentirá de su pasado, siendo su presente su propio futuro. Levantándose lentamente de la cama, se dirige hacia la mugrienta puerta de la habiación, encerrando allí sus pensamientos y volviendo a su presente.

7 oct 2012

En tiempo de los dulces suspiros

Tales fueron las palabras de las dos sombras. Al oír a aquellas almas heridas bajé la cabeza, y la tuve inclinada tanto tiempo que el Poeta me dijo:
-¿En qué piensas?
-¡Ah! -exclamé al contestarle-, ¡cuán dulces pensamientos, cuántos deseos los han conducido a este sitio doloroso!
Después me dirigí a ellos diciéndoles: 
-Francesca, tus palabras me hacen derramar tristes y compasivas lágrimas. Pero dime: en tiempo de los dulces suspiros, ¿cómo os permitió Amor conocer vuestros secretos deseos? 
Ella contestó: 
-No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria, y eso lo sabe bien tu Maestro. Pero si tienes tanto deseo de saber cuál fue el principal origen de nuestro amor, haré como el que habla y llora a la vez. Leíamos un día por pasatiempo las aventuras de Lanzarote y de qué modo cayó en las redes del amor; estábamos solos y sin abrigar sospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestros ojos se buscaran muchas veces y que palideciera nuestro semblante; mas un solo pasaje fue el que decidió de nosotros: cuando leímos que la deseada sonrisa de la amada fue interrumpida por el beso del amante, éste, que jamás se ha de separar de mí, me besó tembloroso en la boca. El libro y quien lo escribió fue para nosotros otro Galateo; aquel día ya no leímos más. 
Mientras que un alma decía esto, la otra lloraba de tal modo que yo, movido de compasión, desfallecí como si me muriera y caí como cae un cuerpo inanimado.